Ser más para servir mejor - Become more to serve better (San Ignacio de Loyola)

Saturday, January 15, 2011

La neuroética y las "razones del corazón"

La neuroética puede ser definida como aquella ética aplicada al campo investigativo propio de la neurociencia. Pero también, como la neurociencia de la ética (Neil Levi, “Neuroethics: Challenges for the 21st Century”); en este sentido, se propondría ir más allá de las implicaciones que la neurociencia tiene para la sociedad, con el fin de examinar la posibilidad de un fundamento neurológico del conocimiento y comportamiento morales (Adina Roskies, Neuroethics for the New Millenium).

Adela Cortina, en su muy interesante conferencia de septiembre de 2010 en Valparaíso, también distingue ambos sentidos, denominando “ética aplicada” al primero y “ética (con pretensiones de ser) fundamental” al segundo. Dicha intervención de nuestra profesora en el III Congreso Internacional sobre Xavier Zubiri contempló al cerebro craneal como el único órgano en donde encontrar las bases del comportamiento moral, sin hacer referencia a los intrigantes y relativamente recientes estudios que mencionan la existencia de un sistema nervioso independiente alojado en el corazón de los seres humanos (compuesto por unas 40.000 neuronas), ni de su íntima conexión con el cerebro craneal.

En lo que resta de entrada a este blog, me propongo un triple objetivo: i) introducir al lector una nueva disciplina, la neurocardiología, y sus posibles consecuencias en el terreno de la fundamentación de la ética; ii) proponer una complementación a la respuesta que Adela Cortina da al desafío de la neuroética a la vista de lo recogido en i); iii) para concluir con cómo esta nueva rama del saber médico aporta de modo inesperado un respaldo al concepto de “razón cordial” de A. Cortina. Por lo tanto, recomiendo al lector que escuche la conferencia antes de seguir leyendo esta entrada.

i) La neurocardiología constituye la disciplina psicofisiológica que estudia la actividad neuronal propia del corazón (el órgano posee una red de neuronas independiente), así como sus flujos de información con el cerebro craneal (entre otros, vía sistema nervioso y hormonal). En 1991, el doctor J. Andrew Armour, pionero de la esta rama médica, introduce el concepto de cerebro del corazón, puesto que “el sistema nervioso del corazón contiene todos los elementos necesarios para el procesamiento de información” (2004: 79).

Desde el punto de vista fisiológico, el dr. Armour observa además que los dos centros neurológicos, el del corazón y el del cerebro, están conectados al menos por el sistema nervioso central y el sistema hormonal (desde 1981 se sabe que el corazón es una glándula endocrina que segrega hormonas, entre ellas la oxitocina u “hormona del amor”), por lo que la información fluye en ambas direcciones afectando profundamente la actividad del cerebro craneal. Al respecto, quiero destacar la siguiente particularidad:

“A pesar de que el cerebro craneal está diseñado para una comunicación en ambas direcciones entre los sistemas cognitivo y emocional, el número real de conexiones neuronales que salen de los centros emocionales hacia los centros cognitivos es mayor que el de las conexiones en dirección inversa. Esto explica, en parte, el tremendo poder de las emociones, en contraste con el mero pensamiento. Una vez que una emoción es experimentada, ésta se convierte en una motivadora poderosa de futuros comportamientos, afectando acciones puntuales, actitudes y logros a largo plazo” (Institute of Heart Math).

De esta manera, concluyo que si la neuroética pretende fundamentar neurológicamente la moral no puede obviar las investigaciones de la neurocardiología. La respuesta ha de estar no sólo en el cerebro craneal, sino en las relaciones más complejas de lo que hasta ahora había supuesto la ciencia entre corazón y cerebro.

ii) Lo que acabo de traer a colación no debe entenderse como una confirmación del “intuicionismo moral” tipo Jonathan Haidt, autor mencionado en la conferencia de Adela Cortina. Las emociones informan los pensamientos en gran medida, pero los pensamientos también a las emociones. Asumo que la neurocardiología permite pensar que ante dilemas morales tomados en serio, ambos centros están trabajando en la búsqueda de la mejor decisión posible y que, por lo tanto, sí somos capaces de dar razones convincentes de por qué hicimos A o B, lo cual es fundamental, además, para poner en cuestión muy seriamente el puro emotivismo como enfoque ético: las emociones no sólo se vivencian, se pueden y deben cultivar, como acertadamente señala A. Cortina siguiendo a Aristóteles. Cuanto mayor sea esta formación, mejores razones podrá el “formando” dar sobre sus decisiones en el terreno de lo moral. La intuición de Blas Pascal de atender también a las “razones del corazón” quedan, curiosamente, constatadas mediante los descubrimientos de la neurocardiología.

Por lo tanto, a aquellos autores que afirman que hay una moral universal inscrita en el cerebro se les podría recomendar una revisión de lo que entienden ellos por “cerebro” (obviamente, y en esto estamos con A. Cortina, algunas posturas provenientes de la neurociencia sólo conllevan a reduccionismos positivistas del campo de lo moral). Pero sí creo que la neurocardiología aporta elementos muy interesantes para una idea de moral universal como estructura en el sentido zubiriano. Aquí no puedo extenderme más, espero que se pueda vislumbrar este punto con la exposición en i).

iii) Para concluir finalmente, creo que con la neurocardiología la “compasión”, entendida como valor moral y “motor del sentido de la justicia”, gana una nueva y definitiva evidencia. Hoy podemos claramente decir sin miedo a equivocarnos, que cuando hablamos de compasión nos referimos a esa emoción que surge desde el corazón (ya no sólo en sentido figurado) y que nos lleva a la máxima acción racional de la que es capaz un ser humano, la de ayudar a sus semejantes. Una ética de la “razón cordial” no sólo es deseable, sino plenamente posible.

Publicado originalmente en el blog Ética Empresarial y RSE, de la Universitat Jaume I (Castellón, España)

Wednesday, January 5, 2011

LA ÉTICA DEL LECTOR

El título de esta entrada no pretende hacer referencia directa al contenido del breve escrito homónimo que Borges publicara allá por el 1932 en su obra Discusión. En aquella ocasión, el maestro de las letras hispanas llevaba a cabo una encendida defensa de las "razones íntimas" (de contenido ético) frente a las estéticas, en torno al Quijote de Cervantes. Y concluía que una obra se escribe en última instancia, no para embelesar al lector, sino para mover su conciencia y que ésta lo lleve a actuar en consecuencia. 

No es éste el sentido primordial que quiero traer a examen hoy. No obstante. servirá como corolario a la reflexión que aquí proponemos, como podrá observar el lector o la lectora.

Lo que me motiva a escribir estas primeras líneas del 2011 es el intento de diseño de una ética del lector o lectora que complemente la ética del empresario del ramo (mundo editorial). Para ello me inspiro en el modelo de Responsabilidad Corporativa (RC) que su autor, Georges Enderle, presentó al público español en el XIV Congreso Anual de la EBEN, celebrado en Valencia en septiembre de 2001 (conferencia publicada en Adela Cortina (ed.), Construir confianza. Ética de la empresa en la sociedad de la información y las comunicaciones, pp. 131-155, Trotta). A continuación resumiré dicho modelo y trataré de justificar su pertinencia para una ética del lector. 

En su excelente conferencia sobre RC, G. Enderle propone un modelo para las PYMES que les permita, no sólo sobrevivir, sino tener un impacto global en la economía mundial, aunque se parta de sus contextos locales. Para ello presenta una alianza entre su "concepto equilibrado de la empresa" y el "enfoque de las capacidades" de Amartya Sen. Concluye con dos preciosos ejemplos de empresas exitosas que se comportan "equilibradamente" promoviendo esas "capacidades". 

El concepto equilibrado de empresa viene precedido de la siguiente premisa: "cuanto mayor es el espacio de libertad, mayor es la responsabilidad". En este punto, Enderle hace una analogía con la libertad de las personas, y de lo que está hablando es del espacio de libertad en general que las organizaciones poseen en el mercado. 

¿Qué ámbitos ha de cubrir la RC? Para que una empresa sea equilibrada, asume este enfoque, las empresas deben responder en tres frentes: el económico, el social y el medioambiental. Si una empresa es responsable económicamente, es decir, se preocupa por la maximización de beneficio, respetar a sus proveedores o mejorar la productividad, pero no muestra responsabilidad social (no mantiene ni promueve la salud, no respeta leyes ni costumbres, ni se compromete con la vida cultural y política), o medioambiental (no se compromete con el desarrollo sostenible), entonces la empresa no está equilibrada, es decir, no se comporta de forma racional (ética). 

Para explicitar aún más estas responsabilidades corporativas, Enderle acude a las "capacidades" de los individuos (segunda analogía), entendidas por A. Sen como "libertades reales", lo suficientemente universales o transculturales para su aplicabilidad satisfactoria en un contexto de economía global como el que vivimos. Cinco son los grupos de estas libertades reales descritas por Sen, e incorporadas al modelo de la empresa equilibrada (ética): libertades políticas, oportunidades económicas, servicios sociales, garantías de transparencia y seguridad protectora (A. Sen, Development as Freedom, 1999). En este caso, el énfasis recae más en la responsabilidad de las empresas por promover estas libertades, es decir, "¿de qué formas y en qué medida pueden estas libertades reales de las personas estar relacionadas con las responsabilidades económicas, sociales y medioambientales de la empresa?" (2003: 142) 

La respuesta que se da Enderle a su pregunta requiere, como él mismo concede, mayor elaboración. Alinea, por ejemplo, las oportunidades económicas con la responsabilidad afín de la empresa; las libertades políticas y los servicios sociales, con la responsabilidad social. "En cuanto a la responsabilidad medioambiental, puede ser demostrada mediante los componentes medioambientales implicados en las oportunidades económicas, las libertades políticas y los servicios sociales. Además, las garantías de transparencia y la seguridad protectora pueden estar relacionadas con las tres clases de responsabilidad". 

Pues bien, he aquí mis dos argumentos para justificar la aplicación de este modelo integrador en una ética del lector: i) Enderle basa su propuesta en dos analogías perfectamente lícitas, que parten de lo personal para terminar en lo corporativo: espacio de libertad y responsabilidad, y capacidades; ii) la necesidad de contemplar explícitamente una ética en el nivel del consumidor (en este caso la comunidad de lectores) con el objeto de complementar e incentivar la ética empresarial. 

Así, la responsabilidad económica del lector podría incluir la condena de la piratería como forma de eliminar el derecho a la propiedad intelectual (con excepciones del tipo: el lector X vive en un país con un régimen dictatorial, y su única forma de lograr lecturas no afines al régimen es a través de la piratería informática), así como la demanda de un precio justo en los libros que adquiere; la responsabilidad social se podría formular en términos de un "imperativo o exhorto a la lectura crítica", formadora de auténticos ciudadanos; y la responsabilidad medioambiantal del lector debe incluir la elección preferencial de los libros electrónicos sobre los físicos: por más que nos puedan frenar aquí sentimentalismos, hemos de caer en la cuenta como lectores responsables que debemos contribuir a la erradicación de la tala indiscriminada de árboles (uno de los buenos usos de la tecnología hoy por hoy en el sector informacional es la accesibilidad cuasi-instantánea a bibliotecas digitales completas). 

En cuanto a las "capacidades" del lector, en el sentido de Amartya Sen, es evidente que para que se den lectores responsables el libre flujo de información es una condición indispensable, lo cual ayuda a su vez a maximizar la premisa de que cuanto mayor es el espacio de libertad del lector, mayor su responsabilidad. Las libertades políticas juegan aquí un papel fundamental. Éstas deben posibilitar el siguiente grupo de capacidades, las oportunidades económicas, pues cuanto más libres seamos deberíamos ser capaces de acceder a más lecturas de un modo más solvente. Los servicios sociales del lector estarían relacionados con la asistencia para una mejor lectura. Garantías de transparencia de lo que leemos proporcionadas por la reputación, tanto de escritores como de casas editoriales. Y seguridad protectora en la figura del defensor del lector y asociaciones protectoras del consumidor.

Quedan así esbozadas algunas de las líneas de trabajo de esta ética del lector, complementaria a la de la ética de las empresas editoriales. La idea borgiana traía a colación al comienzo de esta reflexión quedaría enmarcada en la responsabilidad social del lector, pero también de los demás agentes implicados en el mundo de los libros. Pues, no en vano, lo que lee cada un@ puede (y debería) repercutir positivamente en la comunidad de lectores (que, por cierto, tiene al a priori de la "comunidad de comunicación" como condición de posibilidad y de validez) representada por ciudadanos comprometidos en la labor de promover una sociedad mejor.