Se cumplen ya 75 años del que quizás sea el juego de mesa más popular de todos los tiempos: Monopoly. ¿Qué lo hace tan "atractivo"? Veamos. El objetivo es provocar la bancarrota en los oponentes, de manera que una sola persona se quede con la fortuna de los demás: monopolio. Con esta regla fundamental los jugadores deben perseguir estrategias individualistas guiadas por sentimientos tales como la codicia, el egoísmo, la no solidaridad, la falta de compasión. ¿Quiere decir esto que nuestra sociedad es igualmente inmoral? ¿Que la democracia inventada para el desarrollo tecnológico de la Humanidad en el siglo XX no ha traído consigo un desarrollo moral y, por lo tanto, la masa social sigue en un estadío moral bajo? ¿Es por esto que un juego así despierta tantas pasiones también "bajas"? ¿No será que exagero con estas reflexiones, y que de una simple diversión "inocente" como es un juego no se pueden deducir consecuancias para una escala mayor como es lo social? Una simple y rápida búsqueda en Internet permite darnos cuenta de las importantes relaciones entre moral, juegos y educación. Los juegos ayudan a formar nuestro carácter moral. Se podría decir que según juguemos así seremos moralmente, porque los juegos fomentan unos u otros valores, según sigan el esquema egoísta o el prosocial. De esta manera podemos concluir que ser un fan de juegos tipo Monopoly va en contra de valores como la compasión, la justicia y el respeto, y quizás también la responsabilidad y la honestidad, todos ellos valores cuasi-universales según el profesor Rushworth M. Kidder, es decir, que podemos encontrarlos en la mayoría de las culturas formando el núcleo de lo que en cada una de ellas se considera como carácter moral de la persona.
Entonces, si en toda cultura tenemos que esos son los valores que representan la moralidad, ¿por qué no educamos a las generaciones a través de juegos que nos sirvan para fomentar precisamente esos y no otros valores? ¿Qué hemos hecho entonces al jugar al Monopoly todos estos años? ¿Perder el tiempo? Sí, peligrosamente. Quizás aún podamos salvar algo de su formato, pero cambiándole las reglas, de tal manera que el objetivo final, quien gane, no sea el mayor estratega egoísta, sino el grupo con mayor responsabilidad social a la hora de crear y sostener empresas: el que más empleo genere, el que mayor calidad de productos y de trato ofrezca, el que más labor social haga repercutir en las comunidades afectadas, el que mantega a los mejores proveedores, etc. Pero entonces habría que cambiarle el nombre al juego. De todos modos, ese pequeño sacrificio es mil veces preferible.
El estado en que vivimos tiene la responsabilidad de promover una educación integral y fomentadora de los valores que generen un carácter moral adecuado en l@s ciudadan@s; adecuado para la infinita creación de valor que aún no ha tenido lugar en nuestro mundo de forma sostenible. Monopoly nunca será un modelo adecuado de juego para esta educación.
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